REVISTA EN GÉNERICO NÚMERO 30

La visita 200 años del Museo del Prado F ue María Isabel de Braganza , una mujer culta y avanzada a su tiempo, quien, al descubrir un montón de cuadros que andaban acumulando polvo en El Escorial, convenció a su marido, Fernando VII , de buscarles un mejor lugar para que pudieran ser contemplados. Aquellas obras relegadas a un sótano llevaban, ni más ni menos que, las firmas de Velázquez, Tiziano, Ribera… El lugar escogido para albergarlas fue un edificio diseñado por Juan de Villanueva en 1785, situado en el prado de los Jerónimos, de ahí su nombre actual, pensado para gabinete de Ciencias Naturales, por lo que hubo que acometer una gran reforma que costeó el propio monarca de su bolsillo. Así, el 19 de noviembre de 1819 se inaugura- ba el Real Museo con 311 cuadros expues- tos, aunque entonces ya atesoraba más de 1.500 obras procedentes de los Reales Si- tios. De valor incalculable, estas Colecciones Reales fueron el germen del actual catálogo del Museo del Prado y gracias a Carlos V y sus sucesores podemos disfrutar hoy de maravillas como Las Meninas de Velázquez, Las Tres Gracias de Rubens, Carlos V en Muhlberg de Tiziano, El Jardín de las Delicias de El Bosco, La familia de Carlos IV de Goya o El caballero de la mano en el pecho de El Greco entre otras muchas. Tras la revolución de 1868, se naciona- lizó y poco después se sumaron a él las colecciones del Museo de la Trinidad, que contaba con obras procedentes de institu- ciones religiosas desamortizadas. Con los años, la colección fue incrementándose gracias a donaciones, piezas del también desaparecido Museo de Arte Moderno y adquisiciones de la propia institución, hasta hoy que cuenta con más de 8.000 pinturas (de las que solo se exhiben 1.150), 5.500 dibujos, 2.000 grabados, 900 escul- turas y otros muchos objetos de enorme valor que han hecho del Museo del Prado uno de los mejores del mundo. Pero su camino en estos 200 años no ha sido fácil y ha sufrido algunas vicisitudes que lo hicieron peligrar. Durante el reinado de Isabel II , por razones de herencia, se planteó dividir la colección entre esta y su hermana, Luisa Fernanda de Borbón . Afortunadamente, la infanta recibió una indemnización y la colección permaneció intacta. A finales del siglo XIX estaba en una situación de abandono. Sus trabajado- res vivían en él y algunos hacían hogueras en sus salas para cocinar y combatir el frío. Un artículo histórico de Mariano de Cavia llevó a la portada de El Liberal el incendio del museo, en un ejemplo maravilloso del posible buen uso de las fake news , y creó tal alarma social que los políticos no tuvieron otra que “remangarse” emprendiendo refor- mas para preservar este patrimonio. El siglo XX tampoco comenzó con muy buen pie. Un empleado del museo expolió el Tesoro del Delfín, un juego de orfebrería que perteneció a Luis de Francia; y aunque parte de las piezas fueron recuperadas, algunas estaban en muy mal estado. Du- rante la Guerra Civil, en una decisión que hoy muchos tildan de arriesgada locura, alrededor de 2.000 obras fueron trasla- dadas a Ginebra, para su salvaguarda en la sede de la Sociedad de Naciones y no regresaron hasta finalizada la contienda. Algunas de ellas, como La carga de los Mamelucos de Goya sufrieron graves desperfectos en su periplo. Pese a todo ello, hoy el Museo del Prado celebra sus dos siglos de historia, orgu- lloso de su edificio y sus tesoros ante los millones de personas que lo visitan cada año. Artistas como Renoir, Manet, Toulouse-Lautrec, Matisse, Picasso (que fue nombrado director, aunque nunca lle- gó a ejercer), Dalí, Warhol… han recorrido sus salas reconociendo la inspiración en los grandes maestros que les precedieron. Recórranlo ustedes, disfrútenlo y brinde- mos por su bicentenario. MARÍA CEREIJO Periodista en Twitter: @capitulosiete www.aeseg.es 31 NÚMERO 30 | NOVIEMBRE 2019 cio o

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