REVISTA EN GENÉRICO NÚMERO 41

ay historias que se adhieren a la piel como una quemadura o como ese maldito chicle que se pega a la suela de la chancla en pleno mes de agosto. Ése es el caso de Mi reno de peluche ( Baby Reindeer ), la miniserie de Netflix creada y protagonizada por el escritor y cómico escocés Richard Gadd , una combinación del humor incómodo de Fleabag , de la tensión psicológica de You y del realismo brutal de Podría destruirte ( I May Destroy You ), que da como resultado un plato de sabor intenso, que se hace bola y se digiere con cierta dificultad. Y es que, Mi reno de peluche no sólo es un thriller psicológico sobre el acoso, sino una inmersión en la fragilidad masculina, en los traumas soterrados y en el lado más perturbador de la vulnerabilidad. ¡Ahí queda eso! Basada en la experiencia real vivida por Gadd (ya había llevado la historia a las tablas del Soho Theatre de Londres en formato monólogo: Monkey See Monkey Do ), esta serie de siete capítulos de media hora nos presenta, a través de una narración no lineal, a su alter ego , Donny Dunn (Gadd interpretándose a sí mismo), un aspirante a comediante que sobrevive como barman en un pub de Camden, compaginando el servicio de drams y pintas de cerveza detrás de la barra con actuaciones cimentadas en chistes malos destinados a un público aburrido. Una vida aparentemente anodina que se descontrola cuando un gesto de amabilidad malinterpretado por una ‘parroquiana’ más inestable que la WiFi del AVE, Martha Scott (una perturbadora actuación de Jessica Gunning ), desemboca la génesis de un proceso obsesivo y devastador. Una espiral de paranoia y culpa que termina con Donny como uno de esos muñecos de trapo eviscerados de su relleno, con los secretos más íntimos y los recuerdos traumáticos llenos de cicatrices invisibles totalmente a la vista. La inocente invitación a una taza de té es la llave que abre las puertas a la locura ajena, por las que Martha, a la vez víctima de un mundo cruel y villana de una historia en la que no todo es blanco o negro, entra como un elefante en una cacharrería, de una manera tóxica e invasiva, en la vida de Donny: llamadas interminables, mensajes de voz, miles de mails , amenazas veladas y una presencia que se vuelve tan asfixiante como inevitable. Una risa nerviosa, una ternura invasiva, una voz susurrante al otro lado del teléfono, una vida a todas luces inventada… Una ternura desvalida, una amenaza implacable. Una pesadilla disfrazada de compasión llamada Martha que, espoleada por la ausencia de un ‘no’ rotundo por parte de Donny, presenta cada vez un comportamiento más errático e intrusivamente peligroso. Pero lo que en un principio parece el relato de un acoso unidireccional al uso, pronto revela capas que desembocan en una trama más compleja que montar un mueble de IKEA sin instrucciones. Un secreto que explosiona (atención al cuarto episodio) en una regresión al pasado del protagonista, que revive una experiencia traumática sufrida a manos (y más que manos) del que fuera su sensei en sus primeros pasos como actor, Darrien ( Tom Goodman-Hill ), un guionista de televisión poco recomendable pero que es esa piedra en la que el hombre tropieza por segunda vez. Un episodio que sitúa a Donny en el borde de un abismo en el que, al mismo tiempo, es víctima y cómplice de su propio tormento y que, en un giro de guion, utiliza para hacer comedia en los escenarios e impulsar su carrera. En Mi reno de peluche cada episodio es una herida abierta que duele mirar pero de la que es imposible apartar la vista. Un descenso sin frenos a los infiernos de la obsesión y el acoso con muchos daños colaterales: la familia, la relación de pareja entre Donny y Teri ( Nava Mau ), una mujer transexual que actúa de contrapeso al comportamiento irracional del protagonista... Todo ello mettre en scène con sobriedad, en un escenario casi claustrofóbico teñido de luces mortecinas de bares decadentes, con primeros planos que acentúan la incomodidad y una iluminación fría que intensifica la sensación de aislamiento, y con un uso del sonido que convierte cada notificación del móvil en una amenaza soterrada. ¿El final de esta pesadilla? Un espectáculo cinematográfico. Hay encuentros que cambian la vida mientras que hay otros que la devoran. Los mantenidos por Donny le colocan ahora al otro lado de la barra, invitado por el camarero y consciente de que Mi reno de peluche no sólo es el mote que le puso una Martha que ya no está físicamente en su vida, sino que es el símbolo de un pasado traumático del que finalmente se percata, que comparte y con el que, incluso, se muestra empático. LA SERIE El infierno de una obsesión JUAN NIETO Director de Comunicación FEDIFAR CADA EPISODIO ES UNA HERIDA ABIERTA QUE DUELE MIRAR PERO DE LA QUE ES IMPOSIBLE APARTAR LA VISTA. UN DESCENSO SIN FRENOS A LOS INFIERNOS DE LA OBSESIÓN H ocio www.aeseg.es | 47

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